( Mis Ojos y El Mar....)


Cuando vivía en Trelew solía ir a trabajar a la vecina ciudad Costera de Camarones donde un puñado de casas modestas se enclavaba en la ladera de una pronunciada pendiente de una meseta. Es un pueblito donde casi no hay vehículos a nafta ni bicicletas porque todo queda tan cerca…, y como el pueblo termina en la playa, se puede observar todas las casas desde cualquier punto en donde se encuentre uno. Pero había algo de lo cual bebí mucho en mis flamantes veinte años:
el mar. Si, el mar verde un día y azul al otro, para tornarse gris algunas veces. Bebí su aroma, sus murmullos, su arrullo en las aves que vivían en su costa y además, me estremecía por las noches de mar de fondo, con su bramido apagado como una explosión subterránea. ¡Qué belleza inmensurable!.
Por aquellos días de pocas responsabilidades y muchos sueños, aprendí a comunicarme con el mar según el paisaje que me ofrecía a cada día.
Si era de tarde al caer el sol, yacía yo sobre una roca sentado como una gaviota cansada y los ojos perdidos en el horizonte, justo allí en donde casi no hay defecto en la costura del cielo y el agua, y así pasaba horas escuchando, observando, tocando la roca colorada con mis manos y mis pies descalzos, empapando mi rostro con la fina llovizna que arrastraba el viento sobre las encrespadas olas. Y aun ahora mientras escribo, puedo sentir en mi nariz el aire yodado y escucho como a lo lejos el retumbar del agua debajo de las rocas.
Recuerdo que se escuchaban diversos ruidos que me parecían imposibles que los hiciera la fuerza de una ola, pero era así que escuchaba lo que parecía murmullo, voces, tropel de animales, etc. Era como si el mar me enseñara su sencillo idioma el cual fui aprendiendo y almacenando en mi corazón; pero en aquella época yo no sabía que lo iba a atesorar tanto, yo no sabía que a partir de aquella ocasión iba a ver todo lo que me restaba ver, con otra dimensión, porque se produjo para mí, (y quizás también para todo hombre que no haya visto el mar tan de cerca) un antes y un después de ver el mar.
Pienso que para enseñarle a un niño su potencial de hombre hay que mostrarle el mar, hacerle sentir que con solo tocar con su mano el agua en la costa, está en contacto con el horizonte lejano. Al escuchar el ruidoso oleaje desenfrenarse en la arena con una apacible señal de silencio aprenderá que la mansedumbre puede absorber afrentas sin inmutarse. Al contemplar el pequeño lugar que cede la roca dura al intenso y continuo golpeteo del agua, sentirá que la perseverancia da sus frutos en su hora y a su tiempo. Y al sentir las pequeñas y agradable gotas de agua marina en su rostro aprenderá qué importante en su vida será el dar primero para después recibir, aunque sea palabras o hechos pequeños, por más insignificantes que parezcan son importantes en conjunto.
Y llevará ese murmullo en su mente como que es su conciencia misma, porque a partir del mar escuchará voces fuertes que auizás tratan de imponerle normas de vida sin observar los consejos de la conciencia.
En esos momentos de tribulación en que el niño, ya hombre, se encuentre necesitando el consejo de un amigo de verdad, sentirá en sus oídos el apacible ¡SHHHHH! del mar en la playa y allí estará nuevamente listo para volver a empezar.
Te diré Jimi, que de paso te leí una de las páginas del libro que te conté de este escritor, Boero, sabes que él me envió una carta
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