POR LOS OJOS DE JIMI

15-01-91


-¿Escuchaste?, - No, ¿qué?, - ¡El Cormorán!, ¡Nuevamente pescó algo!, - No, aún no puedo escuchar al Cormorán cuando se zambulle en el mar, - Bueno, no importa, quizás he visto muchas películas de Kung-Fu, - Vamos quiero ir al puerto.
Habían pasado tantos años desde aquel día que conocía a Jimi, era solo un jovencito de doce años, cuando ingresé a su escenario de sombras sin color ni formas definidas.
El había nacido ciego, pero había sido dotado de una percepción aguda y de una capacidad para dar de sí mismo, poco común. Su cabello rubio y ensortijado acariciaban sus anchos hombros y desde su rostro bellos, titilaban extrañamente dos ojos claros.
Sus padres había hecho todo lo posible y lo imposible para darle la vista a Jim, pero no se pudo hacer nada. En este caso parecía ser que la naturaleza había planteado un problema a la ciencia con veinte años de anticipación, o quizás se podría decir que fue planteado en un país inadecuado.
Cuando llegué a su casa luego de hacer un largo viaje desde donde actualmente vivo, recuerdo que me recibió con amabilidad a pesar de no verme, pero me escuchaba y me sentía.
¡Hola! Me dijo y pasó caminando a mi lado, esquivándome cómodamente en aquel reducido living colmado de sillones, lámparas, mesa y otros enseres. Pasó exponiendo su rostro hacia donde provenía mi voz, yo había ido a visitar a su padre, luego de varios años de haberme ausentado.
Siempre fuimos amigos con José, desde niños mantuvimos una amistad de esas que a uno se le prende como una vacuna en el brazo y que luego queda la marca para siempre, pero como si fuera una marca hecha por un león, uno siempre la expone con orgullo.
"José es mi mejor amigo" suelo decir.
El asunto fue que yo estaba allí, de visita, en unas cortas y obligadas vacaciones ya que había tenido que viajar por razones de familia. Me hospedé en casa de José, y desde ese primer día lo empecé a querer, porque Jim era así: siempre sonreía, con todos y a todos.
Hasta deseé haberlo conocido de cuando él era más niño para apreciar también su llanto, ya que parecía que no sabía llorar.
En aquellos días que siguieron me dediqué a holgazanear en casa de mi amigo.
Una mañana me desperté como a las nueve, todo era silencio en la casa, José había ido a su empleo y también Ana, su esposa, por lo que supuse de Jim y su hermano mayor Esteban dormían. Me levanté y me dirigí a la cocina, a fin de prepararme un desayuno, cuando entré percibí un exquisito olor a tostadas, no alcancé a hacerme ninguna pregunta, porque solo a un paso y en cuclillas estaba Jim medio cuerpo metido dentro de una alacena baja.
-¡Hey! ¿qué estás haciendo ahí?, -Busco un jarro, - Y… ¿para qué?, -Para vos, -Pero…yo no necesito un jarro, -Es que me dijo Pá que te gustaba tomar el desayuno en jarro.
Entonces recordé que en aquellos años jóvenes en que José y yo desayunábamos juntos, yo tomaba en un jarro de medio litro y consumía grandes cantidades de tostadas y manteca (¡Qué recuerdo!). me incliné un poco y le dije a Jim -Es que… eso era cuando tu papá y yo éramos jovencitos, ahora solo me arreglo con unos mates dulces y un pellizco de pan,
-Pero…, tu has preparado las tostadas y el té?, -Si…, me dijo levantándose con gesto de decepción,
-Bueno, le dije, desayunemos que se va a enfriar; volvió a sonreír, eso me terminó de despertar. Me senté frente a él en la mesa y empecé a sentirme incómodo ya que, aunque el era un jovencito solamente y yo un hombre, sentí la urgente necesidad de entablar conversación amable con él, que además en ese momento estaba representando a su padre; pero oh! sorpresa no fue necesario, porque como si él pensaba lo mismo, me dijo, a la vez que quitaba carbón de una de sus tostadas con el cuchillo:
¿Cómo te llamas?,
-Tony; creo que ya sabía mi nombre, pero parece que quería escucharlo de mi mismo. Luego hablamos del día y de cómo podría cambiar el tiempo por la tarde.
Qué cosa, ¿por qué no suprimiremos lo obvio cuando queremos comenzar una conversación, siempre especulamos con el día, como estar diciendo "buen día, mal día, buen día…" y así indefinidamente hasta que creemos que ya estamos listos para hablar de otra cosa.
Ese día realmente era un buen día: sol de primavera y temperatura agradable. Jim conversaba de temas tan variados que al escucharlo uno olvidaba por momentos su corta edad, era un niño lleno de conocimientos muy diversos y muy bien informado en cuanto a la actualidad.
Luego de ese desayuno agradable y de hablar de tantas cosas, sentí que había nacido algo entre los dos, sí, algo que no podía yo entender entonces, pero tuve la clara sensación de que íbamos a tener una linda amistad.
-¡Vamos al mar!, me solicitó Jim, a lo que accedí de inmediato. A mí siempre me gustó observar el mar, escuchar el murmullo de las olas. Cuando era joven sabía pasar horas sentado en la costa observándolo todo. Ya en la calle, vi que Jim ya no se desplazaba tan bien como dentro de su casa, lo noté muy nervioso hasta que llegamos a la playa. El viaje había sido corto en auto y luego de veinte minutos ya estábamos aspirando el yodo marino. Y allí en aquel escenario de Dios, en esa soledad que solo nosotros compartimos y teniendo como fondo la voz del mar arrullando el arena de esa playa, Jimi me convidó de su mundo, me dio a beber un poco de su sombra para que yo lo convierta en luz, al hacerme como al descuido una pregunta:

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